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La lucha contra el envejecimiento

Dr. Arturo Sánchez Paz

Laboratorio Virología. Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste (CIBNOR). Calle Hermosa, 101, Col. Los Ángeles. Hermosillo, Sonora. México. CP. 83106.

Apunta un viejo y conocido refrán que el diablo está en los detalles. Si bien esto resalta la importancia de ser minucioso, de estar alerta, también destaca la relevancia de lo que parece intrascendente. En las partes más elementales, en lo que parece insignificante, se encuentran los fundamentos de todo. Un diamante, como el grafito de los lápices, está formado por carbono puro cristalizado. Carbono, el sexto elemento más abundante del universo. Un elemento al que le va bien bajo presión y que en su forma cristalina reúne cualidades como brillo, transparencia y dureza. La presión a la que es sometido el carbono del diamante es el “detalle” que lo diferencia del grafito de los lápices. Cuando en 2005 se publicó la secuencia del genoma del chimpancé e inevitablemente se comparó con el genoma humano, quedó claro que ambos son prácticamente idénticos: las secuencias que pueden ser comparadas entre los genomas de ambos organismos son casi 98% idénticas. Sorprendentemente, la casi imperceptible diferencia de tan solo 2% entre las secuencias de ADN de ambos genomas nos hace especies tan diferentes. Un “simple”, pero extraordinario detalle.


En 1919 Thomas Parnell fue contratado como profesor de la Escuela de Matemáticas y Física por la Universidad de Queensland, Australia. Parnell siempre estuvo interesado en las cosas inusuales, en los detalles que normalmente nos rodean pero que pasan desapercibidos para los demás. Los pequeños e interesantes detalles. Parnell quería hacer entender a sus estudiantes que hasta aquellos materiales considerados comunes podían tener características muy particulares. Los detalles marcan la diferencia. Y así comenzó lo que se conoce como el experimento más largo de la historia. La brea es una sustancia de apariencia sólida (tanto que hasta se puede quebrar en pedazos). El detalle es que la brea es realmente un fluido, un líquido tan viscoso que parece un sólido. Para demostrarles a sus estudiantes lo inusual de esta sustancia, en 1927, el profesor Parnell calentó una muestra de brea y la vació en un embudo con la salida sellada. Transcurrieron tres años y la muestra de brea se asentó en el fondo del embudo. Fue entonces cuando Parnell rompió el sello del embudo. Solo había que esperar a que, como ocurre con cualquier líquido, la primera gota de brea comenzara a fluir, por efecto de la gravedad, hasta el fondo de un vaso de cristal. Y eso, finalmente, sucedió. La gota solamente necesitó esperar un poco más de ocho años para caer en diciembre de 1938. Parnell falleció en 1948 casi dos años después de la caída de la segunda gota (febrero de 1947). Desafortunadamente, Parnell no tuvo oportunidad de observar el momento preciso en el que ambas gotas cayeron (no coincidieron la caída de la gota con sus actividades). Desde aquel día de 1930, en que se rompió el sello del embudo, hasta hoy, han caído nueve gotas (la última en abril de 2014), siendo la tasa de goteo de este líquido de una gota casi cada diez años.


En su espléndido libro “El tiempo regalado. Un ensayo sobre la espera”, la escritora alemana Andrea Köhler menciona que el ser humano es un animal que espera. Esperamos a otras personas, los resultados de la lotería, una oferta, la comida, un cumpleaños, una llamada. Esperamos con ansias y felicidad el nacimiento de un bebé. Esperamos la visita de un ser amado. Esperamos un campeonato de nuestro equipo favorito. Esperamos por una década, con infinita paciencia, la caída de una gota de brea. De acuerdo con Köhler, la espera es un cheque en blanco que hay que firmar y que, en el mejor de los casos, nos premia con la libertad. La espera supone ilusión. Sin embargo, la espera también implica un tiempo de incertidumbre en el que no hay garantías. Nada asegura que aquello para lo que hemos invertido tiempo llegue a un fin satisfactorio. Así, el tiempo de espera también puede ser, en muchos sentidos, fuente de sufrimiento y dolor. Y es entonces que nos percatamos de un gran detalle: el tiempo, un recurso finito, es nuestro bien más preciado.


Una de las formas más claras, y contundentes, de darnos cuenta del paso del tiempo es a través de nuestra edad. Envejecemos. Es un proceso biológico natural inevitable. El envejecimiento se caracteriza por un deterioro funcional paulatino en el estado físico de los organismos con el transcurso del tiempo y es resultado de una combinación compleja de factores genéticos y ambientales. Actualmente, se estima que el total de la población humana de más de 65 años (considerada la población de “viejos”) representa casi el 17% de los habitantes de nuestro planeta, y se espera que este número se duplique para 2050. Pero claro, nadie quisiera envejecer. Además de los signos de deterioro físico normal con los que la belleza se enfrenta despiadadamente a la vejez (las arrugas, las canas, las manchas en la piel, la caída del cabello), al envejecer comenzamos a advertir que se acerca el momento de morir. Así, dos tercios de las muertes registradas anualmente a nivel mundial se asocian con patologías relacionadas con la edad (enfermedades cardiovasculares o neurodegenerativas, artritis reumatoide, hipertensión o cáncer), lo cual implica costos muy elevados de atención médica. De modo que reducir la tasa de envejecimiento tendría enormes beneficios de salud, financieros y sociales.


El anhelo de evitar los efectos del envejecimiento es tan antiguo como las primeras civilizaciones humanas. Hoy, hay un gran interés por una parte importante de la población de adultos mayores en rejuvenecer su aspecto físico (y de jóvenes para frenar el envejecimiento), lo que ha dado pie a la elaboración de una innumerable cantidad de productos cosmetológicos formulados para impedir y/o retardar los procesos del envejecimiento. En cualquier farmacia se venden sin pudor gran variedad de productos cuyos beneficios para evitar el envejecimiento son dudosos: cremas que contienen compuestos que supuestamente neutralizan radicales libres (un subproducto de nuestro metabolismo que ha sido fuertemente asociado al envejecimiento), cremas con emolientes que aseguran mejorar la flexibilidad de la piel y dar un aspecto aterciopelado, lociones que “garantizan” la rehidratación de la epidermis, cosméticos reparadores que “restauran” la estructura cutánea, geles bioestimulantes que favorecen la vitalidad de la piel, emulsiones para reducir las arrugas gravitacionales.


Actualmente hay un área de investigación científica seria y confiable que, entre otras cosas, se ha enfocado en encontrar y diseñar tratamientos para evitar una variedad de condiciones que favorecen el envejecimiento: la biotecnología. Varios estudios recientes han permitido establecer la función de lo que se conoce como células senescentes en muchas afecciones del envejecimiento. El fenómeno de senescencia celular se caracteriza no solo por el envejecimiento de las células, como ocurre normalmente, sino que, además, éstas dejan de dividirse y no mueren. Aunque, las células senescentes generan ciertas ventajas fisiológicas, también liberan químicos nocivos, como los proinflamatorios, que afectan el funcionamiento celular regular. Y, entonces, justo como ocurriría con una manzana dañada por hongos que comienza a descomponerse y corrompe al resto de las manzanas en un frutero, unas cuantas células senescentes comienzan a afectar a las células vecinas, extendiendo su efecto dañino.


Recientemente una creciente cantidad de estudios ha demostrado que la eliminación de las células senescentes podría reducir las afecciones asociadas al envejecimiento, por lo que varios laboratorios farmacéuticos, institutos de investigación y universidades, se han dedicado a descubrir o diseñar nuevos compuestos que se encargan de eliminar las células senescentes (conocidos como senolíticos) o de silenciar los componentes proinflamatorios liberados por estas células (conocidos como senomórficos). Así, desde su descubrimiento en 2015, el número y diversidad de este tipo de compuestos ha crecido dramáticamente. Por supuesto, aún falta mucho para entender completamente tanto la forma en la que estas drogas reconocen las células blanco, como sus mecanismos de acción. Pero la ciencia no se detiene, y mientras estos puntos se aclaran, algunos biotecnólogos avanzan en el desarrollo de herramientas que permitan la administración precisa de dichos compuestos.


Mediante la nanotecnología (la fascinante ciencia que se encarga del manejo y control de la materia a nivel atómico y molecular) se pueden administrar, con gran precisión, eficiencia, seguridad y especificidad, distintas drogas en órganos, tejidos, células, u organelos celulares. Actualmente, varios estudios han demostrado el uso de fagos (virus que infectan bacterias) como nanoplataformas de administración de agentes terapéuticos. Estos fagos han sido sujetos a modificaciones genéticas que les confieren la capacidad de unirse específicamente a células senescentes, liberando su “carga” (el compuesto senolítico), sin afectar a las células normales. Estos virus modificados revolucionarán, indudablemente, los tratamientos contra el envejecimiento. El paso del tiempo puede ser perturbador y, si bien todo llega a su fin, estos avances permiten suponer que en un futuro próximo los impresionantes avances biotecnológicos contribuirán a detener las huellas que el paso del tiempo deja en nuestra vida. Vivir más y vivir bien: un gran detalle de la biotecnología.


El Dr. Arturo Sánchez-Paz es investigador titular encargado del Laboratorio de Virología del Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste en Hermosillo, Sonora, México. Su investigación ha generado más de 50 artículos publicados en revistas científicas internacionales, y ha guiado y dirigido tesis de varios estudiantes de posgrado. Es miembro del SNI (nivel 2) y de la Academia Mexicana de Ciencias. 

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