Arturo Sánchez-Paz
Laboratorio Virología. Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste (CIBNOR). Calle Hermosa 101, Col. Los Ángeles. Hermosillo, Sonora. México. CP. 83106.
Los seres humanos no somos un producto divino y finamente acabado. Somos el resultado, con algunas imperfecciones, de las relaciones que hemos mantenido con otros organismos durante nuestra breve historia evolutiva y del escrupuloso trabajo de la Selección Natural.
Hay acciones humanas que inevitablemente tienen repercusiones positivas o negativas. Quien las realiza puede ser considerado como buena o mala persona. Hacer algo correcto parece elogiable, siempre y cuando no sea motivado por deseos egoístas o beneficios personales. Así, definir la virtud de la acción es, a todas luces, un juicio moral, y a los humanos nos seduce hacer juicios morales. La moralidad de dichos actos está intrínsecamente ligada a la autenticidad y nobleza de la intención con las que se realizaron.
Thomas Becket nació en Londres, el 21 de diciembre de 1118. Estudió teología y, muy joven (por su notable inteligencia), fue nombrado diácono principal de Canterbury y encargado de la administración económica y judicial de la ciudad de Beverly. Posteriormente, fue nombrado canciller del reino. Esta posición lo llevó a iniciar una relación con el rey Enrique II que con el tiempo se consolidó en una sólida amistad. Enrique II, como varios reyes de ese entonces, tenía gran interés en ejercer el control absoluto sobre su reinado, pero especialmente sobre la iglesia, la que gozaba de enormes privilegios económicos y de un amplio poder en la toma de decisiones políticas. Por ésto, en 1164 Enrique II promulgó “Las Constituciones de Clarendon” que eran una serie de reglas que buscaban restringir los privilegios eclesiásticos y reducir el poder político de la iglesia y de la autoridad que el papa Alejandro III tenía sobre Inglaterra. Pensando que Becket, un joven con ideas novedosas, podría ser un aliado para defender los intereses de su causa, el rey decidió nombrarlo arzobispo de Canterbury. Quizá su amistad lo cegó, pero Enrique II nunca imaginó la tormenta que viviría al tomar esta decisión.
Tan pronto como Becket fue nombrado arzobispo de Canterbury se transformó. De una vida cómoda llena de privilegios, pasó a una existencia notablemente austera. Pero el cambio fue mucho más profundo. Becket hizo clara y pública su inconformidad con “Las Constituciones de Clarendon” y con los intentos de disminuir el poder de la iglesia. El rey se dio cuenta muy tarde de su error… había criado un cuervo. Entonces, para librarse de él, acusó a Becket ante el Gran Consejo de Northampton de oposición a la autoridad real. Fue tal el descontento del rey ante las actitudes de Becket que, tremendamente enfurecido, comentó: “¿habrá alguien capaz de librarme de este cura turbulento?” y “sería muy conveniente que Becket desapareciera”. Buscando complacer los deseos del rey, cuatro caballeros, asesinaron brutalmente a Becket el 29 de diciembre de 1170 en el atrio de la Catedral de Canterbury (Fig. 1).
La muerte y posterior santificación de Thomas Becket provocaron que la gente se interesara en visitar el santuario donde fue asesinado, y poco a poco se convirtió en el sitio de peregrinación más importante de la Inglaterra medieval. Varios años después, otro rey, Enrique VIII, rompió con la iglesia católica, tras la negativa del papa Clemente VII a la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón (lo que le impedía tener una relación formal que exigía Ana Bolena), por lo que en 1530 ordenó la destrucción del visitado santuario. Sin embargo, mientras permaneció de pie, miles de personas de diferentes partes de Europa visitaban el lugar.
Así, entre 1387 y 1400, Geoffrey Chaucer escribió una de las obras más importantes de la literatura inglesa: “Los cuentos de Canterbury”, que son una serie de relatos en la que los personajes, de muy diferentes estratos de la sociedad inglesa contemporánea, se conocen y reúnen por vez primera en la posada del Tabardo en Southwark (Londres), de donde parten en una peregrinación para visitar el santuario de Thomas Becket y en su camino van narrando diferentes historias.
Muchos años después, el biólogo Richard Dawkins publicó el libro “El cuento del ancestro: Una peregrinación al amanecer de la vida” en el que describe la evolución de la vida en nuestro planeta. La estructura de este libro es muy similar a la de Los cuentos de Canterbury de Chaucer. Con la intención de que el lector entienda la historia evolutiva de la vida en nuestro planeta, el anfitrión (el ser humano) anima a los peregrinos que se van uniendo al histórico viaje (simios, roedores, marsupiales, aves, reptiles, anfibios, peces, esponjas, hongos, y bacterias, entre otros) a que describan las características del ambiente en el que habitaron, así como su biología. La belleza del libro de Dawkins radica en la forma en la que utiliza las características de cada uno de sus personajes, para que los lectores recorran el largo y sinuoso proceso evolutivo de la vida. Por supuesto, a diferencia de “Los cuentos de Canterbury” en la que los personajes relatan sus anécdotas en el camino a su destino, en “El cuento del ancestro”, Dawkins describe el fascinante viaje (en marcha hacia atrás) en el tiempo, a lo largo de la evolución, desde los humanos actuales convergiendo, junto con los innumerables seres vivos que nos han acompañado en nuestra historia evolutiva, hasta el origen de la vida hace casi 4 mil millones de años. Es un libro que atrapa al lector y que hace entender que nuestra existencia está estrechamente ligada a la de los demás seres vivos del planeta. Seres con los que hemos mantenido vínculos biológicos y que nos han moldeado. Aunque cueste reconocerlo, los humanos somos el producto de las interacciones que hemos tenido con otros organismos, nuestros innumerables compañeros de viaje evolutivo.
Bajo este enfoque, resulta claro que las enfermedades infecciosas representan una de las principales amenazas para las poblaciones humanas. Hace apenas unos años sufrimos los devastadores efectos de un virus (COVID). A pesar del notable progreso en su tratamiento y prevención, las enfermedades infecciosas provocan actualmente cerca del 48% de las muertes en todo el mundo entre personas mayores de 45 años. Sin embargo, no parece que seamos conscientes de que esos mismos organismos patógenos, capaces de causar enfermedad y muerte, han actuado también como una poderosa fuerza selectiva en nuestra evolución.
La malaria, o paludismo, es una enfermedad grave que ha provocado cerca de 500,000 vidas al año y que es causada por el parásito Plasmodium falciparum. Este parásito solamente es transmitido por la picadura de las hembras del mosquito Anopheles (Fig. 2A). Los síntomas de esta enfermedad pueden incluir fiebre, vómito y/o dolor de cabeza y, si no es tratada médicamente a tiempo, puede causar muy serias complicaciones renales y cerebrales, mismas que pueden llevar a la muerte. Una de las características más notables del parásito que produce la malaria, P. falciparum, es que, en cierta etapa de su vida, habita en el interior de nuestros glóbulos rojos (también conocidos como eritrocitos) (Fig. 2B), donde se alimenta de los líquidos que contienen estas células. La evidencia científica acumulada indica que P. falciparum, se transmitió en África a través de la picadura de mosquitos a gorilas infectados y que posteriormente picaron a humanos. Los estudios más recientes sugieren que el ancestro común reciente de P. falciparum surgió hace unos 60,000-40,000 años en gorilas de Camerún, de modo que nuestra peregrinación evolutiva con este letal compañero es relativamente reciente. Sin embargo, haber convivido con este parásito dejó una huella permanente en nuestra especie.
John Burdon Sanderson Haldane fue uno de los más importantes genetistas y biólogos evolutivos de su época. Se le reconoce, entre otras cosas, porque junto con Julian Huxley, Theodosius Dobzhanski, Ernst Mayr, Sewall Wright y otros, desarrollaron lo que hoy se conoce como la Síntesis Evolutiva Moderna o “neodarwinismo” que integra la teoría evolutiva de Darwin, la teoría genética de Mendel y la genética de poblaciones. Haldane era difícil de tratar, su temperamento violento y agresivo le generó más enemigos que amigos. Sin embargo, todos reconocían en él su muy notable inteligencia. En 1932, Haldane sugiere que, dependiendo de las características genéticas propias de cada individuo, las personas tienen diferentes riesgos de morir al enfrentarse a algún parásito. Hoy, parece obvio que, debido a la variabilidad genética, los seres humanos respondemos de forma diferente a una misma enfermedad. Pero Haldane fue más allá y propuso que la aparición, entre algunos miembros de una población, de un gen “defectuoso” (con alguna mutación) y que pudiera ser incluso dañino, bajo ciertas condiciones podría conferir cierto grado de protección contra un parásito, lo que incrementaría su frecuencia entre la población expuesta al parásito. La selección natural favorecería la dispersión del “gen peligroso” entre los individuos de la población, por lo que, con el paso del tiempo, sería más común encontrarlo en la población en generaciones futuras.
La enfermedad de células falciformes, conocida también como anemia de células falciformes (o SCD, por sus siglas en inglés), es un grupo de trastornos sanguíneos hereditarios provocados por una mutación genética que afectan la hemoglobina, la proteína que transporta el oxígeno por todo el cuerpo. Normalmente, los glóbulos rojos tienen forma de disco y son lo suficientemente flexibles como para desplazarse fácilmente a través de los vasos sanguíneos. Con la enfermedad de células falciformes, los glóbulos rojos adquieran forma de medialuna debido a dicha mutación (Fig. 3). Estos glóbulos rojos falciformes no son tan flexibles por lo que pueden bloquear el flujo de sangre al resto del cuerpo causando obstrucciones vasculares y microinfartos. Pero, justo como lo predijo Haldane, este trastorno les confirió a los humanos cierta inmunidad contra la malaria, ya que la rigidez de las células falciformes provoca que la reproducción del parásito Plasmodium sea lenta. Al otorgar una ventaja adaptativa, la mutación se dispersó ampliamente en las poblaciones humanas que habitaban África y de las que evolucionamos. Hoy se sabe que la mutación surgió de manera independiente en 5 ocasiones diferentes en África. Esto implica que P. falciparum infectó algunos parientes nuestros (como Homo erectus, H. heidelbergensis, y H. neanderthalensis), y a nuestra misma especie hace unos 60,000 años, y poco después, hace unos 22,000 años, ocurrió la mutación de la que derivó la anemia falciforme y que le brinda a nuestra especie cierta protección contra este patógeno (es decir, nuestra especie pasó casi 40,000 años sufriendo los devastadores efectos de este parásito). Así, la malaria ha sido una fuerza importante en la evolución humana. Sin embargo, es importante recalcar lo siguiente: la mutación que genera la anemia falciforme NO surgió para defender a nuestros ancestros de la malaria. La evolución es “ciega”, no tiene un propósito. Cuando esta mutación apareció por primera vez tuvo un efecto benéfico para las poblaciones que habitaban África y por eso se fijó entre las distintas poblaciones de humanos en África. Pero todo fue un proceso azaroso, minuciosamente examinado por la Selección Natural y que resultó, hasta cierto punto, favorable.
Muchos años antes de que estos eventos sucedieran, ocurrió algo extraordinario. Fue como si dos eventos especiales, ocurridos en diferentes momentos, hubieran colisionado posteriormente. El primer evento implicó que un tipo especial de virus, un lentivirus (virus caracterizados por sus largos periodos de incubación), infectara por vez primera a nuestros ancestros primates no homínidos (simios) hace aproximadamente 80-14 millones de años. Posteriormente, en algún momento entre hace 9 y 6 millones de años, las primeras especies de homínidos se separaron de los simios (más específicamente del linaje de los chimpancés). Diversos estudios sugieren que muchos años después, ocurrieron dos incidentes de transmisión de estos virus. Alrededor de 1492, en África, un grupo de lentivirus se separó del resto de los miembros de esta subfamilia viral y dio origen a lo que hoy se conoce como el Virus de la Inmunodeficiencia Símica (VIS) de chimpancés (VIScpz). Mas tarde, aproximadamente en 1809, otro grupo de lentivirus se separó del grupo primitivo dando origen a otro tipo de VIS, pero esta nueva especie de virus (VISsmm) poseía la capacidad de infectar a los monos conocidos como Mangabey gris o Cercocebus atys.
Pero esta serie de eventos no termina aquí. Entre 1932 y 1935, quizás a través del contacto de algunos cazadores con la sangre de estos monos, el VISsmm se transmitió por vez primera a seres humanos, dando origen al Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH) tipo 2 (VIH-2), y entre 1908 y 1963 el VIScpz infectó, probablemente como resultado de la misma actividad, a algunos humanos y dio origen al VIH-1, que es la forma más virulenta de este patógeno y que es causante de la pandemia mundial del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA) que comenzó a mediados de los 80s (Fig. 4). A partir de estas últimas fechas, inició la transmisión tanto del VIH-1 como del VIH-2 por contacto entre humanos.
El segundo evento tiene que ver con la parte de la historia de la malaria y la anemia falciforme. Los eritrocitos falciformes adquieren la característica forma de medialuna debido a una mutación en la proteína conocida como “antígeno y receptor de quimiocinas Duffy (DARC, por sus siglas en inglés)”. Como su nombre lo indica, esta proteína, localizada en la superficie de los eritrocitos, tiene una función en la recepción de quimiocinas, que son unas proteínas que tienen un papel muy importante en algunos procesos del sistema inmune. Pero DARC también es reconocida por algunos patógenos, como Plasmodium, para entrar a los eritrocitos. La mutación que ocurre en el genoma de personas con anemia falciforme evita la producción de DARC y, obviamente, los eritrocitos sin DARC no pueden ser infectados por Plasmodium. Es como si DARC fuera el picaporte de una puerta de acceso a los eritrocitos, y sin DARC, la puerta simplemente no se abre, de modo que este parásito no puede entrar a dicha célula. Sin embargo, en estudios recientes se sugiere la posibilidad de algún tipo de interacción “perversa” entre DARC y el VIH. Un equipo de investigadores estudió dos grupos de afrodescendientes: el primer grupo poseía la mutación DARC (la que genera la anemia falciforme), y el segundo grupo presentaba DARC en la superficie de los eritrocitos. También, se determinó el porcentaje de portadores de VIH en ambos grupos. Los resultados indican que aquellas personas con anemia falciforme tienen 40% más probabilidad de adquirir VIH-1 que aquellos sin la mutación DARC. Esto implica que, si la mutación DARC se puede asociar con la vulnerabilidad a adquirir VIH-1, cerca del 11% de los casos de infección por VIH en África se podrían asociar a la mutación, es decir, ¡poco más de 4 millones de personas (de un total de 38 millones) son susceptibles a la infección por VIH debido a que poseen esta mutación!
Todo esto puede sugerir que, en nuestro proceso evolutivo, una mutación que aleatoriamente nos protegió de la malaria, nos hizo vulnerables, en cierto grado, a la infección por un virus letal. Nuestra larga peregrinación evolutiva ha estado repleta de sobresaltos, de caprichos que nos impuso la naturaleza. Nuestra evolución no ha sido un viaje en una monótona línea recta, sino una hazaña épica a través de un retorcido laberinto lleno de obstáculos del que hemos salido triunfantes hasta hoy. Pero esta aventura no la hemos recorrido solos. Siempre hemos estado acompañados. En algunas ocasiones, nuestros compañeros nos hicieron pasar momentos difíciles, y en otras nuestros acompañantes han facilitado nuestro viaje. Justo como Dawkins relataba en su libro, todas las especies con las que hemos convivido han sido maravillosos compañeros de viaje que con su guía han definido, de una forma u otra, el rumbo que seguimos.
Reseña curricular
El Dr. Arturo Sánchez-Paz es investigador titular encargado del Laboratorio de Virología del Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste en Hermosillo, Sonora, México. Su investigación ha generado más de 50 artículos publicados en revistas científicas internacionales, y ha guiado y dirigido tesis de varios estudiantes de posgrado. Es miembro del SNII (Nivel 2) y de la Academia Mexicana de Ciencias.