Arturo Sánchez-Paz
Laboratorio Virología. Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste (CIBNOR). Calle Hermosa, 101, Col. Los Ángeles. Hermosillo, Sonora. México. CP. 83106.
La vida está plagada de cosas comunes, de hechos casi imperceptibles que repentinamente se convierten en protagonistas de historias, acontecimientos y vidas rutinarias que de pronto adquieren un significado nuevo.
Una de las imágenes más emblemáticas de la Segunda Guerra Mundial es la de seis soldados estadounidenses plantando su bandera en el punto más elevado del monte Suribachi de la isla japonesa Iwo Jima (Fig. 1). Al ser esta isla un punto estratégico por sus pistas de aterrizaje, la batalla en la isla es considerada entre las más sangrientas de esta guerra. De ahí despegaban aviones caza japoneses, por lo que era un punto de interés para el ejército estadounidense ya que podía usarse como punto de abastecimiento de combustible y para realizar reparaciones a los cazas norteamericanos que protegían sus portaaviones y acorazados de los ataques enemigos. Vale la pena mencionar que en la famosa imagen capturada por el fotógrafo Joe Rosenthal, no hay ningún soldado afrodescendiente. Y no es que los afroamericanos no hubieran participado en esta guerra (de hecho, 11% de todos los soldados estadounidenses que participaron en esta guerra eran afrodescendientes); curiosamente, estos soldados lucharon una guerra contra el fascismo racista en un ejército discriminatorio.
Figura 1. Soldado americanos izando bandera en Iwo Jima el 23/02/1954 (Tomado de Rosental, 1954).
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial un número importante de soldados norteamericanos regresaron a su país, lo que provocó una fuerte demanda de empleo y vivienda. Así, en tan solo unos años la población de Baltimore pasó de 859,100 habitantes a 949,708. Desafortunadamente, la población afroamericana, mucha de la cual regresaba de la guerra, fue segregada una vez más: se les forzó a habitar áreas con viviendas anticuadas y deterioradas, mientras que la población blanca ocupó nuevos y modernos desarrollos residenciales en áreas suburbanas.
En un intento por mejorar las condiciones de sobrepoblación de los barrios habitados por los afroamericanos, a mediados de la década de los 50s, la ciudad de Baltimore decidió construir una serie de desarrollos habitacionales que brindaban programas comunitarios, albercas para recreación y centros para actividades culturales. Sin embargo, como suele ocurrir en la vida, las cosas no siempre funcionan como se anhela. Estos desarrollos habitacionales se deterioraron rápidamente debido a que el gobierno de la ciudad dejó de invertir en ellos y bajo estas nuevas condiciones florecieron la miseria y la delincuencia: uno de estos barrios era Lafayette Courts.
En este conflictivo barrio creció Tyrone Curtis "Muggsy" Bogues, rodeado de pobreza, delincuencia y violencia. La inseguridad era tan terrible que a los cinco años, Muggsy fue alcanzado en una pierna por perdigones que el propietario de una tienda disparó en su contra al confundir al grupo de amigos que lo rodeaba con maleantes. Bogues vivió en un ambiente en el que la venta y consumo de drogas, la delincuencia y la violencia eran parte “natural” de la vida diaria. A los doce años atestiguó el arresto de su propio padre por robo a mano armada. Desde muy pequeño tuvo claro que no quería vivir una vida delincuencial, lo que lo impulsó a perseguir mejores condiciones. Las buscó en un medio en el que tenía muy pocas probabilidades de tener éxito, y pese a tener todo en contra, alcanzó el éxito.
Muggsy Bogues jugó (y triunfó) en la mejor liga de basquetbol del mundo, la NBA, durante 14 temporadas hasta su retiro en 2001 (Fig. 2). Incluso llegó a ser campeón mundial en 1986. Lo que es de llamar la atención es que Bogues ha sido el jugador más pequeño en la historia de la liga (mide 1.59 metros). Lo cierto es que Muggsy ocupaba muy poco espacio en el mundo. Su estatura podía ser ideal para muchos deportes, pero no para el basquetbol (la estatura promedio en las últimas 39 temporadas de la NBA es de 1.98 metros). Bogues, a pesar de enfrentar a inmensos y muy hábiles jugadores, como Michael Jordan, destacó en un mundo dominado por gigantes. Su mote, “Muggsy” (“atracador”, en español), viene de su gran capacidad para robar el balón a sus enemigos. Sus habilidades y empeño le permitieron convertirse en uno de los jugadores más reconocidos de la NBA. Una historia de vida inspiradora.
Figura 2. Muggsy Bogues, junto a algunos de sus compañeros en Charlotte (Tomado de Rodelar, 2024).
Algunos de los personajes de la historia, la mitología, la religión, el cine, los deportes o la literatura que permanecen en nuestros recuerdos, son aquellos que han padecido obstáculos físicos, económicos, mentales, y cuyas esperanzas para tener éxito eran mínimas y de los que se esperaba que fracasaran. “Rocky” Balboa, David (el personaje de la narración bíblica que venció a Goliat), Chris Gardner (interpretado por Will Smith en la película “En búsqueda de la felicidad”), John Nash (quien sufría de esquizofrenia paranoide aguda, ganó el Premio Nobel de Economía, y cuya vida fue llevada al cine en la película “Una mente brillante”), son algunos de los muchos personajes desvalidos de historias que suelen ser inspiradoras. La fascinante historia de éxito de Muggsy Bogues es un ejemplo de esto. Los humanos solemos tener cierta simpatía hacia tales figuras. Incluso, los fanáticos a los deportes llegamos a disfrutar cuando algún equipo “débil” derrota a una potencia.
En la naturaleza también hay entes biológicos cuyas características no les son, aparentemente, favorables. Los virus son genes envueltos en una capsula de proteínas (Fig. 3). Nada más. No poseen mitocondrias que les provean energía, carecen de metabolismo, no cuentan con un sistema inmune, no tienen movilidad propia, y suelen ser increíblemente diminutos. Por estas características, en un relato literario, los virus serían la figura desfavorecida o poco sobresaliente y, sin embargo, están entre los entes biológicos más exitosos en la Tierra. Los virus son extraordinariamente numerosos (hay más virus en nuestro planeta que estrellas en el universo), se encuentran en todos los ecosistemas (habitan suelos desérticos, glaciares, chimeneas submarinas, océanos, lagos, nubes) y son capaces de infectar todas las formas de vida de nuestro planeta. Irónicamente, los virus, generalmente asociados a enfermedad y muerte, juegan un papel clave para sostener la vida en la tierra: aceleran el reciclaje de materia orgánica que será utilizada por otros organismos. Sin su participación, la vida en la tierra seguramente sería muy diferente.
Figura 3. Diagrama ilustrativo de la estructura de un virus. Se ha eliminado una parte del virus para revelar su genoma.
De forma similar a la Selección Natural, que actúa sobre distintas poblaciones alterando la frecuencia de los genes que comparten, los virus han demostrado ser impulsores de evolución a través de diversos mecanismos. Los virus son capaces de “robar” genes de sus hospederos y transferirlos a otros organismos, lo que modifica la composición genética, estimulando así la evolución. Al publicarse el genoma humano en junio del año 2000, uno de los hallazgos más sorprendentes fue el descubrir que aproximadamente un 8% de nuestro genoma proviene de infecciones virales que sufrieron nuestros ancestros hace millones de años.
Frecuentemente, cuando un virus integra su genoma en el de su hospedero, el nuevo “genoma combinado” desaparece al morir su hospedero. Pero, en algunas ocasiones un virus infecta las células sexuales y al ser fertilizadas la descendencia tendrá una copia del genoma viral, o fragmentos de este, en cada una de sus células. Así, hace unos 25-60 millones de años, algunos retrovirus invadieron, en por lo menos siete ocasiones el genoma del linaje de varios mamíferos (incluyendo los primates), integrando algunos de sus genes en ellos. Si bien no se sabe con certeza, es probable que nuestros infectados ancestros hayan sufrido vómitos, fiebre, dolores de cabeza y cansancio tras la infección viral. Lo que era difícil presagiar en ese momento, era que esa infección fuera a ofrecer una nueva y valiosa característica con la que un grupo de animales tendría tanto éxito convirtiéndose en el grupo más numeroso y desarrollado de los mamíferos: los placentarios. Este grupo de mamíferos mantienen a sus crías en el útero materno alimentándolos a través de la placenta durante su desarrollo embrionario (Fig. 4). Además de ser el medio para alimentar a los embriones, la placenta sirve para aislar y proteger al embrión del sistema inmune materno; lo que, a fin de cuentas, es una barrera entre el feto y la madre. Sin la placenta, al reconocer al embrión como un ser extraño, el sistema inmune materno lo atacaría sin misericordia.
Figura 4. Vientre de una mujer embarazada (Canva).
Hoy, afortunadamente, hemos cambiado la forma en la que nos vemos como especie. Reconocemos que no estamos solos en este planeta y que nuestras actividades tienen un efecto en los otros seres con los que compartimos nuestro planeta. Más aún, actualmente comenzamos a entender y apreciar la íntima relación que tenemos con los virus, y como al haber interactuado con nosotros, estos moldearon nuestra especie. Hoy, es claro que nuestro genoma es un caldo dinámico de ADN exquisitamente condimentado con virus, una delicada sopa de ADN que se ha cocinado a fuego lento por millones de años.
Reseña curricular
El Dr. Arturo Sánchez-Paz es investigador titular encargado del Laboratorio de Virología del Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste en Hermosillo, Sonora, México. Su investigación ha generado más de 50 artículos publicados en revistas científicas internacionales, y ha guiado y dirigido tesis de varios estudiantes de posgrado. Es miembro del SNI (nivel 2) y de la Academia Mexicana de Ciencias.