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¿Monstruos genuinos o héroes quiméricos?

Arturo Sánchez-Paz

Laboratorio Virología. Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste (CIBNOR). Calle Hermosa 101, Col. Los Ángeles. Hermosillo, Sonora. México. CP. 83106.

El engaño forma parte de la naturaleza de los organismos ya que les permite conquistar recursos que de otra forma serían inaccesibles. A lo largo de nuestra historia los humanos hemos creado reglas, leyes, mandamientos para evitar la decepción que genera el engaño, leyes que de algún modo nos permiten confiar en los demás y vivir mejor. Sin embargo, siempre habrá alguien que engañe mientras sus expectativas de ganancia superen el temor a ser castigados. Pero, ¿hasta dónde se puede llegar, qué límites se pueden quebrantar, para obtener una victoria insípida (pero muchas veces lucrativa)?


El tiempo es un alambique que destila, muy lentamente, nuestros recuerdos. Desafortunadamente, los productos destilados no siempre son los deseables. Con el paso del tiempo la memoria modifica los recuerdos, los transforma. De alguna extraña manera, el tiempo funde los recuerdos en una mezcla de sucesos y fantasía, realidad e imaginación. Así, con el paso del tiempo, usurpamos la realidad agregando o arrebatando elementos a sucesos de nuestras vidas.


Recuerdo que había un gran ciclista español, Miguel Indurain (Big Mig). Un monstruo en bicicleta. Puedo asegurar que fue de los primeros atletas que admiré. Recuerdo también que se llegó a mencionar que, en reposo, el corazón de Indurain pulsaba 32 veces por minuto (las pulsaciones de un adulto común en reposo oscilan entre 60 y 90). En 1995, tras una impresionante etapa de montaña, Indurain ganaba por quinta ocasión la Tour de France, considerada la carrera ciclista más importante del mundo. No recuerdo que hasta entonces ningún otro ciclista hubiera logrado esa hazaña. El norteamericano Lance Armstrong terminaría en el lugar 36 (esto no lo recuerdo, lo investigué para este artículo). En 1996, Armstrong sólo corrió cinco días, de los 22 pactados, de la Tour de France. Recuerdo que en algún momento Armstrong fue diagnosticado con cáncer testicular por lo que le extirparon un testículo. Incluso tengo presente haber adquirido, no sé bien cómo ni cuándo ni el costo, una pulsera amarilla de silicón grabada con la palabra “LIVESTRONG” de la Lance Armstrong Foundation para apoyar la investigación sobre el cáncer. El ciclista se recuperó paulatinamente y decidió volver al ciclismo de alto rendimiento. Entonces, y a partir de 1999, el ciclista estadounidense ganó en siete ocasiones consecutivas la Tour de France, convirtiéndose en una personalidad muy reconocida en su país y en el mundo. Sin embargo, alrededor de la figura de Armstrong se entretejen victorias y sospechas de dopaje. La ventaja que consiguió en su primera victoria en la Tour de France fue tan amplia que era difícil creer que la hubiera conseguido sin doparse. Y en cada entrevista, Armstrong rechazaba cualquier insinuación de dopaje, llegando a presumir el haber pasado más de 500 controles antidopaje a los que se sometió. Así, con base en estos resultados negativos, junto con su equipo legal, ganó varias demandas por difamación. Se puede decir que, de alguna forma, tras los duros momentos que vivió como consecuencia del cáncer, la vida finalmente le sonreía amplia y atractivamente. 

Recuerdo que poco antes de ganar su última Tour de France, Armstrong anunció que se retiraría del ciclismo al finalizar dicha carrera. El retiro fue breve: poco después reanudó esta actividad. Sin embargo, en 2011, después de unos años con resultados no tan destacados, anunció el retiro definitivo… y junto a su adiós al deporte de alto rendimiento, llegaron problemas muy serios.

Desde 2001, ya existían fuertes sospechas de que algo turbio ocurría alrededor de Armstrong. Varios de sus colaboradores, incluida su masajista personal, aseguraron haber atestiguado el uso de esteroides por parte del ciclista. En 2006, el diario francés de información deportiva L’Equipe aseguró que en muestras de orina de Armstrong tomadas durante el Tour de France de 1999 se habían encontrado restos de eritropoyetina (EPO), una hormona que promueve la formación de glóbulos rojos (esto permite a los atletas captar más oxígeno, por lo que se recuperan más rápido de los esfuerzos físicos y disminuye la sensación de fatiga). Hasta el año 2000, la EPO era indetectable. En esa época, las técnicas para su detección no eran lo suficientemente sensibles. Además, algunos atletas usaban diversos “métodos” para “engañar” los controles antidopaje (como beber grandes volúmenes de agua para diluir la concentración de la EPO). Así, a principios de 2012, bajo las grises nubes de la sospecha, la Agencia Antidopaje de los Estados Unidos (USADA, por sus siglas en inglés) anunció que iniciaría un proceso de investigación contra Armstrong para determinar si el ciclista había incurrido en posibles violaciones a las reglas antidopaje. Por supuesto, esto acaparó los titulares de noticieros y periódicos. En agosto de ese mismo año, la USADA anunció que Armstrong, un “engañador serial"... participó en el programa de dopaje más sofisticado, profesionalizado y exitoso que el deporte haya atestiguado”. La USADA impuso una suspensión de por vida a Lance Armstrong y lo descalificó de todos sus triunfos deportivos alcanzados desde 1998. Como avalancha, y con base en esta sanción, la Unión Ciclista Internacional despojó a Armstrong de sus siete títulos de la Tour de France. Pese a esta investigación, el ciclista continuó negando haber hecho algo ilegal… hasta 2013 (Cohen, 2020). 

Recuerdo, con cierto disgusto, fragmentos de la entrevista que Oprah Winfrey le realizó a Armstrong en 2013. Lo que aún llama mi atención, y recuerdo bien, fue la actitud arrogante, cínica y carente de remordimientos del ciclista al aceptar públicamente el haber usado sustancias ilícitas para mejorar su rendimiento deportivo. 

 

Si bien es reconfortante pensar que la gran mayoría de los atletas son honestos, empieza a ser muy evidente que el dopaje es una forma de embuste sorprendentemente común en el deporte. El caso de Armstrong es solamente uno de los muchos casos de dopaje que se conocen. Así, por ejemplo, recientemente la Asociación Mundial Antidopaje (AMA) sancionó al Comité Olímpico Ruso prohibiendo su participación en los Juegos de verano de Tokio 2020, en los de invierno de Pekín 2022 y en el Mundial de Fútbol de Catar 2022, tras haber detectado un sistema institucionalizado, patrocinado por el Estado, que suministró sustancias ilícitas a sus atletas y encubrió resultados de pruebas antidopaje realizadas a diversos deportistas. 


La dicha de la victoria, además de brindar reconocimiento y aceptación social, puede llegar a generar recompensas económicas cuantiosas, lo que ha provocado que muchos atletas (poco escrupulosos) hagan mal uso de métodos y sustancias inaceptables. El dopaje en el deporte es, a fin de cuentas, una forma de obtener una ventaja sobre otros atletas sin incurrir en los costos del esfuerzo. Parece una ecuación elemental y sencilla, un balance entre costos y beneficios: ¿se puede alcanzar la victoria sin esfuerzo, sin ser descubierto y sin sanciones? Por supuesto, el dopaje no es un fenómeno nuevo y, si bien, es una práctica que se ha realizado desde los albores del deporte (se ha documentado que los romanos ya usaban mezclas de diferentes sustancias para incrementar la velocidad de los caballos de carreras y de gladiadores que ingerían sustancias para incrementar su fuerza), la diferencia con lo que ocurre hoy en día en el ambiente deportivo es que pareciera que actualmente administrarse sustancias con el fin de aumentar artificial e ilegalmente el rendimiento de un atleta en alguna competencia es más común que una excepción. Aparentemente, lo que comenzó como un leve oleaje, hoy comienza a alcanzar la magnitud de un inmenso y devastador maremoto.


Uno de los logros más importantes que se alcanzó con el Proyecto del Genoma Humano fue la identificación y localización de un número importante de mutaciones que causan enfermedades hereditarias. Estimados recientes sugieren que cerca de 4,000 de nuestros genes son afectados por diversas mutaciones que causan unas 6,500 enfermedades genéticas. El mal funcionamiento de dichos genes deteriora la calidad de vida de aquellos que las sufren y puede conducir a una muerte prematura. Esto implica que cerca de 300 millones de personas en el mundo (casi el 4% de la población mundial) son afectadas por este tipo de enfermedades. Desafortunadamente, en la actualidad, sólo existen tratamientos terapéuticos aprobados para cerca del 5% de estas enfermedades.

Desde hace unos años, diversos grupos de investigación han trabajado en una forma experimental que promete revolucionar el tratamiento de las enfermedades hereditarias: la terapia génica. Este poderoso procedimiento biomédico promete ayudar a corregir diversas anomalías genéticas mediante la manipulación del material genético de las personas que las sufren, de modo que se reduzcan sus síntomas o que curen permanentemente a los pacientes.  Así, la terapia génica se puede definir como el conjunto de técnicas que permiten modificar alguna alteración genética mediante la inserción, remoción o corrección de aquellas mutaciones que son el objetivo del tratamiento. Es tal el impacto que esta terapia podría tener en un futuro cercano que hasta hace dos años se habían registrado en Estados Unidos más de 1,500 patentes de terapias contra enfermedades como fibrosis quística, hemofilia, y distrofia muscular. Treinta de esas patentes se encuentran realizando ensayos clínicos (estudios controlados que se realizan muy cuidadosamente en humanos sanos o enfermos voluntarios en los que se evalúan la seguridad y eficacia de algún tratamiento contra cierta enfermedad). Hoy, solamente se existen dos terapias genéticas para enfermedades raras comercialmente disponibles: Zolgensmac, dirigido para aplicarse en niños menores de dos años que sufren atrofia muscular espinal, y Luxturna, para la amaurosis congénita de Leber, ambas designadas “medicamentos huérfanos” (tratamientos dirigidos a tratar afecciones tan infrecuentes que los fabricantes no están dispuestos a comercializarlos bajo las condiciones de mercado habituales). Recientemente, otros dos medicamentos huérfanos, Strimvelis y Zynteglo, fueron aprobados en Estados Unidos (para el tratamiento de la inmunodeficiencia combinada grave y la beta-talasemia, respectivamente).


La finalidad con la que se aplican algunos de los avances científicos y tecnológicos puede seguir dos caminos: uno, brinda beneficios, promueve el progreso, facilita la calidad de vida, impulsa la cohesión social, o soluciona problemas a la sociedad. El otro, implica el mal uso de los avances científicos para causar daño… o para engañar. Así, es previsible que, dados los notables resultados obtenidos mediante el uso de terapias génicas, exista la posibilidad de utilizar esta tecnología con fines mucho menos humanitarios. Tanto el creciente conocimiento de la fisiología del deporte como el progreso de la biotecnología ha llamado la atención de individuos deshonestos que han considerado utilizar técnicas de dopaje cada vez más sofisticadas. Si bien, hasta el día de hoy, no se ha detectado que algún atleta haya utilizado el dopaje genético para obtener alguna ventaja competitiva, esto no significa que no esté ocurriendo. De hecho, en 2006 el entrenador de atletismo alemán Thomas Springstein fue declarado culpable tras enfrentar cargos de haber intentado suministrar fármacos para mejorar el rendimiento de atletas jóvenes. Esto ya de por sí era malo, pero las alarmas mundiales se encendieron cuando en uno de sus correos electrónicos se leyó lo siguiente: “…el nuevo Repoxygen es difícil de conseguir. Por favor, indícame a la brevedad nuevas instrucciones para que pueda pedir el producto antes de Navidad”. El Repoxygen es un tratamiento para terapia génica basado en la administración intramuscular directa de un virus inactivo que en su genoma se ha insertado, mediante técnicas de biología molecular, el gen de la EPO. Una vez que el gen se “instala” en el ADN de la persona a la que se le administró, se induce la síntesis de una mayor cantidad de EPO. Este tratamiento estaba originalmente pensado para administrarse a personas que sufren diferentes formas de anemia. Pero, para atletas y entrenadores embusteros, este es el sistema de dopaje perfecto: mejora la capacidad atlética en un corto plazo y es, hasta la fecha, prácticamente indetectable. Hasta hoy, no hay forma de definir si la EPO de un atleta que ha utilizado este tipo de dopaje es propia o no. Vale la pena mencionar que la compañía Oxford Biomedica, desarrolladora del Repoxygen, abandonó el proyecto en 2003 (de ahí la dificultad de Springstein para conseguirlo).


En un fragmento de la película Dracula untold (2014) se dice que “en ocasiones el mundo no necesita otro héroe, a veces lo que necesita es un monstruo”. Son monstruos genuinos como Miguel Indurain los que necesitamos, los que debemos apreciar, los admirables. Atletas que con su esfuerzo, disciplina y facultades naturales son ejemplares. No necesitamos héroes artificiales, corruptos, quiméricos. Son los recuerdos que el alambique del tiempo ha destilado en mi memoria.





Referencias

Kelly, C. 2020. Timeline of Lance Armstrong's career successes, doping allegations and final collapse. https://www.espn.com/olympics/cycling/story/_/id/29177227/line-lance-armstrong-career-successes-doping-allegations-final-collapse (fecha de acceso: 16 de diciembre de 2024).





El Dr. Arturo Sánchez-Paz es investigador titular encargado del Laboratorio de Virología del Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste en Hermosillo, Sonora, México. Su investigación ha generado más de 50 artículos publicados en revistas científicas internacionales, y ha guiado y dirigido tesis de varios estudiantes de posgrado. Es miembro del SNII (2) y de la Academia Mexicana de Ciencias.

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